
El año pasado contaba en un post como, por estas mismas fechas, había tenido una revelación en la cola del súper gracias a un guaperas que quería que le cediera el turno a cambio de un desayuno. Le respondí con un NO tan rotundo y arrepentido, que desde entonces no he vuelto a decir no (bueno, con excepciones).
Y la verdad es que esa actitud me trajo un montón de situaciones nuevas: trabajo, escapadas, escritura…Unas experiencias fueron memorables, otras indiferentes y muchas olvidables.
Sigo diciendo sí a cualquier propuesta con potencial: desde hacer montañismo por parajes asturianos, hasta tocar la pandereta en el Hogar de los Desamparados o agujerearme la oreja (ya sé que tengo cierta edad, pero es que mis tiempos son anormalmente distintos. A unas cosas he llegado demasiado pronto y a otras no termino de llegar).
Lo mejor, es que esas afirmaciones me han llevado no sólo a integrarlas en mi día a día y a aceptarlas, sino a generarlas. Y también a recibirlas, porque cuanto más dices Sí a los demás, más te lo dicen a ti.
Mi revelación anual tuvo esta vez lugar en la montaña, haciendo la ruta del Sueve, vagando cinco horas por una senda cuajada de esas imágenes a las que vuelvo compulsivamente cuando necesito purificar mi rutina urbana y temporalmente ceniza.
Cuando llegamos al último tramo, antes de alcanzar la pendiente del Picu Pienzu rematada con esa impresionante cruz de hierro de una gran carga emotiva, (teniendo en cuenta el verdadero motivo por el que fuimos a la excursión), dos de las niñas que venían con el grupo, se quedaron abajo con su padre, por precaución.
Casi me quedo con ellos, porque no me parecía una subida adecuada para una principiante, pero de repente pensé: venga, no, no me voy a quedar a medias. Voy a llegar hasta el final, por una p. vez. Así que subí con cierta urgencia, para no replegar ese improvisado empuje, a una cumbre amortiguada por algo de vértigo e inseguridad.
Una vez en la cima, la sensación fue tremendamente poderosa, porque no hay mejor sensación que la de vencer esos miedos que nos paralizan constantemente.
Después de ese chute de energía y de absorber ese pulso que oxigena la vista y el cerebro, comenzamos la bajada. Y así, sin bastones de apoyo, con el terreno muy húmedo y la pendiente rocosa pensé: ya está. Va a ser aquí. Ha llegado el momento. La voy a palmar.
Lo pensé de verdad. Y lo pensé con calma, con la misma plenitud de la que hablaba antes. Teniendo un flashback de todos esos maravillosos recuerdos que me acompañan y de todas esas vivencias que tanto he disfrutado. Me sentí en paz con todo el mundo y dispuesta a desaparecer.
Sin embargo, cuando llegué abajo, ya en terreno más horizontal y superado el inexistente peligro, ese que suelo ver donde no lo hay (esas alertas que me hacen huir de todo aquello que no puedo controlar), me sentí todavía más viva, y con más ganas de vivir y hacer todas esas cosas que tengo pendientes.
Por eso este año no tengo propósitos, tengo certezas, porque voy a hacer todo aquello que quiero hacer. Y por eso lo resumo en un titular: El año de la Revolución. Sobre todo profesional, pero también de ocio, de experiencias, de vida en general.
Igual tu quieres que el tuyo sea el año de la conciliación, el año de encontrar trabajo, el año de la diversión, el año de la reflexión, el año del desarrollo, el año de la decisión, el año de la soledad, el año del estudio, o el año de los viajes.
Mi año ya está “echado”. Está escrupulosamente definido. Va a ser revolucionario. Va a haber acción. Tiene que ser el año de la acción. Lo escribo para tenerlo presente cada día. Es un claim, una frase que ya he interiorizado y a la que recurriré cuando me encuentre en esas situaciones de duda. Porque todo aquello que no verbalizamos, se acaba disolviendo en la más asfixiante nada.
Así que a partir de hoy día 5, cuando vaya a actuar según lo hago normalmente, me pararé en seco y pensaré: ah sí revolución, y haré todo lo contrario a lo que suelo hacer.
El año del Sí lo cumplí, así que os animo a escribir vuestro titular, escribidlo y realizadlo. Por el momento ya me he perforado la oreja (ahí, a lo loco…); no es una gran temeridad, pero en mi caso es bastante significativo.