
¿Te ha pasado alguna vez que quieres hacer algo pero no sabes cómo?
Cómo saber cómo:
Cómo fracasar con éxito. Cómo dejar de pensar y empezar a hacer. Cómo ver la luz en la oscuridad en tiempos de crisis. Cómo gestionar el estrés. Cómo convertir el detalle en éxito….
La verdad es que esos mensajes positivos refuerzan las degradadas expectativas y elevan los marcadores en las escalas de realización personal. Pero reconozco que me aburre muchísimo este tipo de temas, que al final nos llevan a lugares demasiado comunes: Sí, puedes conseguir el trabajo de tus sueños. Sí, puedes conciliar la vida personal y profesional. Sí, puedes tener más sueldo. Sí, puedes salir de la crisis. Me aburren los puedes, y aún más los podemos. Me agotan las americanadas para vender modelos de motivación y modelos de frustración.
Porque también son interesantes las historias de los que no han podido y de los que aún intentándolo todo, siguen frustrados. O las historias de los que no leen manuales, ni frases celébremente estúpidas. Ni falta que hace.
La semana pasada estuve en el Cómo
Una amiga muy marketiniana que trabaja en el sector, me habló de esta iniciativa impulsada por Comunica+A. Como era gratis, como parecía interesante, como habría un nido de publicistas a los que dejar mi CV y como aquella tarde no tenía nada mejor que hacer, me acerqué a fisgar un poco.

La verdad es que me pareció una iniciativa buenísima que, además de gratuita y abierta a los 200 primeros que reserven plaza, puede darte ideas y nuevas perspectivas.
Aunque la charla no transformó mi vida, ni aumentó mis poderes extrasensoriales, ni consiguió que me olvidara ni un segundo de la cerveza y el tartar de atún que me esperaban a la salida; tuve una paradójica sorpresa gracias precisamente a uno de esos efusivos modos americanos tan ajenamente vergonzosos, adoptados para la interactuación con el auditorio y distensión del ambiente:
En un momento casi al final de la charla, el conferenciante nos invitaba a dar 8 abrazos de 6 segundos, a 8 de las personas que allí se encontraban.
En circunstancias habituales, habría puesto cara de póquer y me habría escondido entre los asientos, pues no me emociona nada el contacto físico con extraños.

Pero resulta que, como decía el orador, a veces el diablo se pone de nuestra parte, y hay que estar preparados.
A nuestro lado había un chico guapísimo. De impecable traje pero sin ranciedades, esos de corte slim con camisa azul y sin corbata, que muy pocos saben llevar. El pelo descuidadamente estudiado. Aire esquivo en su chulesca medida, mohín ejecutivo y altura vigilante. De esos que son guapos, lo saben y saben que tú lo sabes. Y que toda la sala también lo sabe.
Así que mientras el ponente explicaba lo de los 8 abrazos de 6 segundos, yo visualizaba el acontecimiento mediante un sencillo cálculo: ¿Y si le doy los 8 abrazos a la misma persona? Sería una trampa admisible, pues serían 42 segundos abrazada a un chico impresionante, ¿quién no habría de admitir eso?
Sólo nos dimos un abrazo, porque aunque ya haya perdido casi el 90% de mi vergüenza, aún me queda una pequeña reserva de pudor para este tipo de situaciones.
Fue un abrazo largo (no fui capaz de contar los segundos). Esos abrazos que hacen clic: en los que descansas, en los que te recreas, que te reconfortan, que te protegen, que te envuelven, que te enganchan. Un abrazo anónimo e inesperado. Y que me vetará una nueva asistencia al Cómo, porque no creo que vuelva por allí después de haber escrito ésto, no vaya a ser que aquel anónimo (que sé que ha ido a más conferencias porque levantó la mano cuando lo preguntaron) por esas rarezas de la vida, lea ésto, me reconozca y piense que estoy zumbada.
Pero os recomiendo el espacio. Un espacio creativo y abierto. Para conversar y para que te den estupendos abrazos. Mira, ese podría ser un nuevo tema para una conferencia: “Cómo dar abrazos y dejarse de mariconadas”.
