SMELLS LIKE TEEN SPIRIT

Aunque soy licenciada en Ciencias de la Información no soy periodista, sino publicista.

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Empecé escribiendo bobadas en este blog con la certeza de que nadie las leería. Con un pésimo índice de audiencia pero con ínfulas de carta de presentación dirigida al hermético sector editorial, porque: ¿quién me iba a contratar como redactora si nunca antes había trabajado como tal?

Ortografía

Pero hubo alguien que leyó alguna de aquellas paridas y me animó a escribir -en junio hará tres años que colaboro con una revista-. Sigo asimilando los códigos a base de muchas ganas y meteduras de pata. Siempre aprendo algo nuevo, conozco  gente interesante o descubro trabajos maravillosos. Y además, me obligo a enfrentarme a situaciones que no me resultan del todo cómodas. Me han pasado cosas:

Que un comisario de arte me dejara a solas con su hija recién nacida que no paraba de llorar en su caótica casa mientras él se iba a comprar tabaco.

Colegas

Que un fotógrafo finlandés de 74 años me dejara tumbada con ese admirado sentido común que tanto me falla.

Que me emborrachara -accidentalmente- en una exposición dándome cuenta al llegar a casa de que no había grabado nada.

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Que tuviera que mendigar un cargador en uno de los momentos más álgidos de la presentación de Objeto Sexual, de Palomo Spain.


o que me mandaran a una fiesta de adolescentes, haciéndome pasar por veinteañera.

Party

Aquella fue la crónica de una muerte anunciada. Pensaba que sería una fiesta normal (no fui informada de la media de edad y tampoco me paré a pensarlo) así que me puse un vestido de encaje blanco -con alguna transparencia y rayas deportivas laterales, eso sí, pero de ENCAJE- ese tejido recuperado  y actualizado que la edad del pavo suele asociar al ajuar de la abuela y que no distingue entre el bolillo o la aguja.

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Yo sabía que iba a cubrir la after-party de un desfile de moda y que me encontraría  al ejército de fans de esa firma: enfants terribles, niñatos imberbes, modernos en pleno apogeo de su individualidad, egos e iconos de lo que ahora llaman la “Removida”… , es decir: jóvenes, algo que todavía me siento (o me sentía), porque desde que fui a aquella fiesta mi vida no ha vuelto a ser la misma.

Batería

Superaba en unos cuantos años aquella loca efervescencia, así que solo rezaba porque nadie me llamara señora y terminara de apisonarme con ese crudo golpe de realidad.

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Ya en la puerta vi cómo pedían a todos los carnets (menos a mí, claro) así que muy avispada empecé a sospechar. Me sentía como la abuela de Whistler, la Sra Rushmore o Mrs Robinson -eso sí, muy bien vestida-.

Lady

Como iba de observadora,  no se me escaparon dos chicos ataviados con tops de malla y shorts de lentejuelas, que empezaron a restregarse y a acercarse cada vez más a mí mientras sonaba Mercadona y un coro de amigos les calentaba y aplaudía la coreografía.

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Entonces me fui directa a la barra -ahí me di cuenta de que sobria iba a pasarlo realmente mal – y me puse a hablar con el camarero que parecía ser el único de mi generación.

winona

Así que pedí otra cerveza para poder continuar con mi misión sin más sobresaltos, tratando de mezclarme con la masa, pensando en lo distintos que habían sido mis 20 años: mental, musical y estéticamente.

Hat

Entre gritos y silbidos pude escuchar ese tipo de conversaciones que hacen que te des cuenta de la profundidad del ser humano: “tío aquí no hay nada fo**able” (vaya, gracias por no considerarme) que viene a ser una actualización del rancísimo “tío me pica el niqui”, pero con menos remilgos.

horse

Entonces recurrí a esas técnicas de mindfulness que nunca me funcionan.

Cocacola

No sé con exactitud si eran millenials o de la generación Z. Tampoco creo que respondieran todos a la misma etiqueta que se empeñan en ponerles; pero sí me parecieron abiertos y despreocupados -de hecho no les importa que tengas 10 o 15 años más para acercarse a ti (hubo alguno que sí me consideró a pesar de mi vestido vintage).

Versace

Y además tienen unas ganas de vivir contagiosas; me parecieron grandes optimistas: ni rastro de generación perdida, torturada o melancólica -asumo que el alcohol o lo que fuera también les debía ayudar bastante-.

Kurt

Pero pronto empecé a sentirme abrumada por los flecos, los pantalones de chándal de colores, las gorras y el fantasma de la lycra acorralándome cada vez que me apoyaba en una columna para digerir tanta tendencia junta (no sé que pensaría Lipovetsky de todo esto).

El imperio

Así que hice una parada de mantenimiento, echando en falta las sopinas de ajo que nos daban en las verbenas veraniegas de mi Gijón del alma, a ciertas horas, para aplacar los estragos del baile.

Tea

En un momento en que fui a fisgar en la planta de arriba, descubrí otras escaleras de terciopelo rojo que, como en una película de Lynch, anunciaban un camino remoto hacia un lugar que se prometía bastante oscuro. Me pregunté si la gente de mi edad estaría allí. El tío que custodiaba la entrada a esa planta fantasma me dijo que no podía subir. “Aquí está la fiesta de verdad” -pensé-.

LYNCH OK

Como tengo una amiga que dice que lo mejor de las fiestas ocurre al final, decidí esperar. En nuestras peores épocas, sobre las 7 de la mañana yo me retiraba prudentemente y sentenciaba con un hilo de voz entre medio afónica y comatosa: “me voy a casa”. -“¿Cómo que a casa si ahora empieza lo mejor?”, me decía.

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Hasta que un día me quedé hasta el final, final. Esto es con lo más decrépito de la noche, con los balas perdidas. Y claro, ahí me di cuenta de que en esa prórroga es efectivamente cuando pasan cosas.

kiling it

Así que en la fiesta púber también se presentaban dos opciones: integrarme y desfasar hasta lo ridículo, o hacer una pirueta y largarme. Así que esperé, pero como ya no tengo edad para este tipo de desfase -y además estaba trabajando-, cuando tuve el material necesario para escribir un testamento, decidí rendirme un poco a la causa, lo justo, para irme con los deberes bien hechos. Y fue cuando pensaba en irme, cuando pude acercarme a hablar con los diseñadores, ya más relajados y receptivos (aunque sigue sin convencerme eso de que hay que aguantar hasta el final).

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Ahora cuando voy a alguna fiesta me aseguro de que no haya ni lycra ni purpurina.

Obsesion

de irme a una hora decente.

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de que la media de los caballeros disponibles no baje de los 35

y de guardar siempre unas deportivas en el bolso por si la fiesta se pone muy trap y hay que salir corriendo.

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